martes, 17 de mayo de 2011

El genocidio armenio de 1915-1923 V

Negación del genodicio:
La negación de un genocidio le deja espacio a los extremistas para cometer otro de nuevo. Una y otra vez, los líderes mundiales han dicho 'Nunca más' a estos horribles crímenes, y todavía desde 1923, han habido sobre 20 casos de genocidio o presunto genocidio. El propio Hitler creía, en reflexión del genocidio armenio, que los nazis serían capaces de salir de rositas del genocidio, y algunos historiadores creen que el se 'inspiró' en las acciones de los turcos otomanos en la Primera Guerra Mundial, ya que fue citado varias veces diciendo: "¿Quién, después de todo, habla hoy sobre la aniquilación de los armenios?"


Armenios
1,500,000 DEAD
Judíos
6,000,000 DEAD
Cambodia
2,000,000 DEAD
Bosnia
200,000 DEAD
Ruanda
800,000 DEAD
Darfur
400,000 DEAD
... y contando.

martes, 10 de mayo de 2011

El genocidio armenio de 1915-1923 IV

Refugiados, inmigración y reconocimiento:
Muchos huyeron de los horrores del genocidio, y tantos otros perecieron a manos de las fuerzas otomanas. Ahora, unos
1,500,000 armenios viven en América y 3,000,000 en Rusia. Unos estimados 18,000 también viven en el Reino Unido. En todo el mundo, 21 países y 42 estados de los EEUU han reconocido ahora el genocidio armenio, incluyendo California, Francia y Alemania. Reino Unido, sin embargo, todavía tiene que reconocer formalmente las muertes de 1 millón y medio de armenios durante e inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial. Esto es debido a que tienen miedo de ofender a Turquía, y arruinar sus relaciones comerciales. Esta cobardía y el anteponer el dinero a la vida humana es despreciable. Si un ministro negara el asesinato de 6 millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial, probablemente se le pediría que renunciase; sim embargo muchos viven en la ignorancia, o simplemente niegan este genocidio olvidado. Y eso es lo que ellos hacen. En muchos estados, negar el holocausto y el genocidio armenio ambos merecen detención y condena, con una sentencia mínima obligatoria de 3 meses en Alemania o 6 en Rumanía. Reino Unido les falla el derecho a los armenios que murieron en el genocidio o sobrevivieron; o son descendientes de aquellos que fueron procesados en el genocidio armenio de 1915-1923, y a la humanidad en su conjunto al ignorar esta matanza masiva por los intereses de preservar una raza ‘aria’ y destruir otra ‘inferior’.

martes, 26 de abril de 2011

El genocidio armenio de 1915-1923 III

Artículo 301 y el asesinato de Hrant Dink:
El artículo 301 del Código Penal Turco es una controvertida ley que permite al gobierno sentenciar a cualquiera que ‘ofenda a Turquía’ o a su gobierno hasta 3 años en la cárcel, con una sentencia mínima obligatoria de 6 meses. Esto incluye mantener tu convicción sobre el genocidio armenio.
En 2007, Hrant Dink, poco después de haber sido sentenciado a 6 meses en la cárcel por ‘ofender a Turquía’ bajo el artículo 301, y 2 meses después del estreno de Screamers, un documental sobre la campaña de la banda System of a Down para ganar reconocimiento del genocidio, en el cual él fue entrevistado, fue asesinado brutalmente con 3 disparos a quemarropa en la cabeza por Ogün Samast, un nacionalista turco de 17 años. Recomiendo ver el documental Screamers, tanto como hacer una investigación propia sobre el asunto.

Hrant Dink: 15 de septiembre, 1954 - 17 de enero, 2009

martes, 12 de abril de 2011

El genocidio armenio de 1915-1923 II

La negación de Turquía y la propaganda:
Inmediatamente después del genocidio, Turquía admitió las masacres, y estableció cortes para someter a juicio a muchos de esos responsables por perseguir una guerra que no era ‘Millet’ (el término ‘Millet’ en el contexto de la historia otomana significa un pueblo religiosamente definido) y efectivamente matanza ilegal, sin embargo, las sentencias no fueron oficialmente llevadas a cabo al escapar esos sentenciados a Alemania, quien se negó a liberarlos a Turquía. Ellos fueron más tarde asesinados por estudiantes armenios, cuya defensa en el tribunal fue que estaban llevando a cabo ejecuciones. Ellos fueron puestos en libertad. Después de esto, Turquía cambió radicalmente su postura sobre el genocidio, y empezó a negar que éste nunca ocurriera, a pesar de la infalible prueba, y comenzó a usar propaganda para fomentar el odio hacia todo aquel que se opusiera a la negación, y hacia los armenios en general.

martes, 5 de abril de 2011

El genocidio armenio de 1915-1923 I


Historia:
En Armenia y Turquía (ambos entonces el Imperio otomano), entre 1995 y 1923, por orden del gobierno, entre 1,000,000 y 1,500,000 de armenios y más de 300,000 griegos asirios fueron asesinados por las fuerzas turcas y kurdas, en el primer holocausto del siglo XX. Todas las propiedades fueron tomadas de los no-musulmanes que vivían dentro del imperio. Los intelectuales fueron los primeros elegidos como blanco, siendo arrestados y posteriormente ejecutados en masa. Despues, el pueblo ordinario fue forzado a dejar sus casas y obligado a andar cientos de millas por terrenos desérticos y montañosos, sin comida ni agua, matando a cientos de miles. Mataron al resto en las indiscriminadas masacres que tuvieron lugar dentro de este período, y se sabe de 25 de los principales campos de exterminación, donde miles murieron. Los testigos demandan haber visto matanzas en masa, incluyendo el gaseamiento de dos escuelas de niños armenios, y la quema de hasta 5,000 armenios, o de hecho pueblos enteros.

martes, 15 de marzo de 2011

El aullido de las sombras

Era un pueblo bastante alejado, muy alejado. Estaba ubicado al linde de un bosque, un gran y ya no tan hermoso bosque. Este bosque era temido, pues desde hacía algunos años se habian venido escuchando sonidos extraños, muy, muy extraños. La gente estaba deacuerdo en que estos sonidos no eran de este mundo, decian que podrian ser fantasmas, brujas, duendes, hasta llegaron a hablar de seres de otros planetas. Los habitantes no se atrevían a hablar mucho del tema por temor a que los fantasmas o brujas, o lo que fuera, los estuvieran escuchando sin darse cuenta. La gente estaba empezando a irse de aquel pueblo, por miedo y por la imposibilidad de dormir, pues lo gritos, risas, alaridos, en fin, todos los sonidos que provenian del bosque se escuchaban toda la noche, ademas los niños se mantenian muertos del miedo, lloraban toda la noche.

La gente del pueblo estaba enojadisima y cada ves estaban mas enfurecidos con el alcalde, pues nunca hacía nada; el tambien estaba muerto de miedo, asi que a los propios pueblerinos les tocó tomar rienedas en el asunto, despues de años de molestias paranormales.

Los pueblerinos hicieron una especie de reunión y de esta salieron siete hombres valientes para entrar de una ves por todas en el bosque y averiguar que era lo que los habia estado atormentando todo ese tiempo, y tal vez, exterminarlo.

Al dia siguiente los siete valientes entraron en el bosque dispuestos a acabar con lo que sea que fuera lo que los estaba molestando, y, llenos de miedo.

Estuvieron casi todo el dia en el bosque sin nada diferente que arboles y hierba, hasta antes del anochecer, cuando al final de la cola, el mas joven, pegó un grito desesperado. Sus amigos le preguntaron que habia pasado y el dijo que habia visto algo blanco, resplandeciente, mejor dicho un tipico fantasma de "manta" hacer zig zag entre los arboles y desaparecer en la nada. Todos los otros se quedaron paralizados, se habian encontrado con algo que no sabian manejar, ademas de noche. No pasó mucho tiempo para que el fantasma volviera a aparecer y esta vez todos lo habian visto; quedaron paralizados, no podian moverse, ante ellos habia algo que jamas habian visto, una figura humana, reslandeciente, su cara estaba deformada y al verlo de cerca se dieron cuenta de que no era nada parecido a la descripción de su amigo, pero no se iban a quedarselo viendo detenidamente, asi que salieron corriendo. Uno se habia golpeado contra el tronco de un arbol y se había caido, pero no podian perder tiempo, lo dejaron ahi.
Siguieron corriendo por un buen tiempo hasta que llegaron a un claro, era un claro extraño, había una especie de laguna, estaba iluminado por el palido azul de la luna y ademas de ello, habian tres tumbas, blancas y silenciosas. Los exploradores se quedaron quietos ante esto, no querian avanzar y tampoco lo hicieron cuando el mismo fantasma que habian visto hacía un rato apareció detras de ellos. se dirigía hacia ellos, pero los hombres no se movian, estaban presas del pánico. Cada vez estaba mas cerca, mas y mas, pero cuando al fin llegó hacia ellos, siguió derecho. Los hombres se quedarón mirando. De cada tumba salió un fantasma. Un niño y una mujer, que abrazaron al fantasma ausente, y al hacerlo desaparecieron, con un aullido agudo.

martes, 8 de marzo de 2011

Historia de miedo II: La del once jota II

A lo largo de algunos días, Lilibeth se fue acostumbrando a manejar todos los electrodomésticos heredados, tal como si hubieran sido suyos desde siempre. El que más le atraía era el televisor de color, claro. Apenas regresaba al apartamento -después de su jornada de trabajo y estudio- lo encendía y miraba programas nocturnos. Habitualmente, se quedaba dormida sin ver los finales. Era entonces el molesto zumbido de las horas sin transmisión el que hacía las veces de despertador a destiempo.  En más de una ocasión, Lili se despertaba antes del amanecer a causa del "schschsch" que emitía el televisor, encendido inútilmente.
Una de esas veces -cerca de la madrugada de un sábado como otros- la jovencita tanteó el cubrecama, medio dormida, tratando de ubicar la cajita del mando a distancia que le permitía apagar la televisión sin tener que levantarse.
Al no encontrarlo, se despabiló a medias. La luz platinosa que proyectaba el aparato más su chirriante sonido terminaron por despertarla totalmente. Entonces la vio y un estremecimiento le recorrió el cuerpo: la imagen del rostro de la abuela le sonreía -sin sus dientes- desde la pantalla. Aparecía y desaparecía en una series de flashes que se apagaron -de pronto- tal como el televisor, sin que Lilibeth hubiera -si quiera- rozado el control remoto. A partir de aquel sábado, el espanto se instaló en el once jota como un huésped favorito.

La pobre chica no se animaba a contarle a nadie lo que le estaba ocurriendo.
-¿Me estaré volviendo loca? -se preguntaba, aterrorizada. Le costaba convencerse de que todos y cada uno de los sucesos que le tocaba padecer estaba formando parte de su realidad cotidiana.
Para aliviar un poquito su callado pánico, Lilibeth decidió anotar en un cuaderno esos hechos que solamente ella conocía, tal como se habían desarrollado desde un principio.
Y anotó, entonces, entre muchas otras cosas que...
"La aspiradora no obedece; es inútil que intente guiarla sobre los pisos en la dirección que deseo... (...) El aparato pone en acción "sus propios planes", moviéndose hacia donde se le antoja... (...) Antes de ayer, la licuadora se puso en marcha "por su cuenta", mientras que yo colocaba en el vaso unos trozos de zanahoria. Resultado: dos dedos heridos. (...) La nevera me depara horrendas sorpresas. (...) Encuentro largos pelos canosos enrrollados en los alimentos, aunque lo peor fue abrir la congeladora y hallar una dentadura postiza. La arrojé a la basura... (...) La desdentadaimagen de la abuela continua apareciendo y desapareciendo -de pronto- en la pantalla del televisor durante los programas nocturnos... (...) Mi gato Zambri parece percibir todo (...) se desplaza por el apartamento casi siempre erizado (...). Fija su mirada redondita aquí y allá, como si lograra ver algo que yo no. (...) El único artefacto que funciona normalmente es la lavadora... (...) Voy a deshacerme de todos los demás malditos aparatos, venderlos, a regalarlos mañana mismo... (...) Durante esta siesta dominguera, mientras me dispongo a lavar una montaña de ropa..."
(AQUÍ CONCLUYEN LAS ANOTACIONES DE LILIBETH. ABRUPTAMENTE, Y UN TRAZO DE BOLÍGRAFO AZUL SALE COMO UNA SERPENTINA DESDE EL FINAL DE ESA "A" HASTA LLEGAR AL EXTREMO INFERIOR DE LA HOJA.)

Tras un día y medio sin noticias de Lili, los hermanos se preocuparon mucho y se dirigieron a su apartamento.
Era el mediodía del martes siguiente a esa "siesta dominguera".
Apenas arribados, Luis y Leandro se sobresaltaron: algunas vecinas cuchicheaban en el descansillo de la escalera, otra golpeaba a la puerta del once "J", mientras que el portero pasaba la mopa una y otra vez.
-No sabemos qué está pasando adentro. La señorita no atiende al teléfono, no responde al timbre ni a los gritos de llamada... Desde ayer que...
Agua jabonosa seguía fluyendo por debajo de la puerta hacia el corredor general, como un río casero.
Dieron parte a la policía. Forzaron la puerta, que estaba bien cerrada desde adentro. Luis y Leandro llamaron a Lili con desesperación. La buscaron con desesperación. Y -con desesperación- comprobaron que la muchacha no estaba allí.
El televisor en funcionamiento -pero extrañamente sin transmisión a pesar de la hora- enervaba con su zumbido.
En la cocina "la montaña" de ropa sucia junto a la lavadora en marcha y con la tapa levantada.
Medio enroscado a la paleta del tambor giratorio y medio colgando hacia fuera, un camisón de Lilibeth; única prenda que encontraron allí, además de una pantufla casi deshecha en el fondo del tambor.
El agua jabonosa seguía derramándose y empapando los pisos.

Más tarde, Luis ubicó a Zambri detrás de un cajón de soda y semi-oculto por una pila de diarios viejos. El animal estaba como petrificado y con la mirada fija en un invisible punto de horror del que nadie logró despegarlo todavía. (Se lo llevó Leandro.)
El gato, único testigo.
Pero los gatos no hablan. Y a la policía las anotaciones del cuaderno de Lilibeth le parecieron las memorias de una loca que "vaya a saberse cómo se las ingenió para desaparecer sin dejar rastro"... "Una loca suelta más"... "La loca del once J"... Como la apodaron sus vecinos, cuando la revista para la que yo trabajo me envió a hacer esta nota.

martes, 1 de marzo de 2011

Historia de miedo II: La del once jota

Cuesta creer que una abuela no ame a sus nietos, pero existió la viuda de R., mujer perversa, bruja siglo veinte que solo se alegraba cuando hacía daño. La viuda de R. nunca había querido a ninguno de los tres hijos de su única hija. Y mucho menos los quiso cuando los pobrecitos les tocó en desgracia ir a vivir con ella, después del accidente que los dejó huérfanos y sin ningún otro pariente en océanos a la redonda.
Durante los años que vivieron con ella, la viuda de R. trató a los chicos como si no los hubieran sido. ¡Ah... si los había mortificado! Castigos y humillaciones a granel. Sobretodo, a Lilibeth -la más pequeña de los hermanos-, acaso porque era tan dulce y bonita, idéntica a la mamá muerta, a quien la viuda de R. tampoco había querido -por supuesto- porque por algo era perversa, ¿no?
Luis y Leandro no lo habían pasado mejor con su abuela, pero -al menos- sus caritas los habían salvado de padecer una que otra crueldad: no se parecían a la de Lilibeth y -por lo tanto- a la vieja no se le habían transformado en odiados retratos de carne y hueso.
El caso fue que tanto sufrimiento soportaron los tres hermanos por culpa de la abuela que -no bien crecieron y pudieron trabajar- alquilaron un apartamento chiquito y allí se fueron a vivir juntos.
Pasaron algunos años más.
Luis y Leandro se casaron y así fue como Lilibeth se quedó solita en aquel once <<J>>, dos ambientes, teléfono, cocina y baño completos, más balconcito enfrentado al jardín trasero del edificio.
Lili era vendedora en una tienda y -a partir del atardecer- estudiaba en una escuela nocturna.
Un viernes a la media noche -no bien acababa de caer rendida en su cama- se despertó sobresaltada. Una pesadilla que no lograba recordar, acaso. Lo cierto fue que la muchacha empezó a sentir que algo le aspiraba las fuerzas, el aire, la vida.
Esa sensación le duró alrededor de cinco minutos inacabables.
Cuando concluyó Lilibeth oyó -fugazmente- la voz de la abuela. Y la voz aullaba desde lejos.
-Liiilibeeeth... Pronto nos veremos... Liiilibeeeth... Liliii... Liiii... Ag.
La jovencita encendió el velador, la radio y abandonó el lecho. Indudablemente una ducha tibia y un tazón de leche iban a hacerle muy bien después de esos momentos de angustia.
Y así fue.
Pero -a la mañana siguiente- lo que ella había supuesto una pesadilla más comenzó a prolongarse, aunque ni la misma Lili pudiera sospecharlo todavía. Las voces de Luis y Leandro -a través del teléfono- le anunciaron:
-Esta madrugada falleció la abuela... Nos avisó el encargado del edificio... sí... te entendemos... Nosotros tampoco, Lili... pero... claro... alguien tiene que hacerse cargo de... Quédate tranquila, nena... Después te vamos a ver... Sí... Bien... Besos, querida.
Luis y Leandro visitaron el once <<J>> La noche del domingo. Lilibeth los aguardaba ansiosa.
Si bien ninguno de los tres podía sentir dolor por la muerte de la malvada abuela, una emoción rara mezcla de pena e inquietud a la par -unía a los hermanos con la misma potencia del amor que se profesaban.
-Si estás de acuerdo, nena, Leandro y yo nos vamos a ocupar de vender los muebles y las demás cosas, ¿eh? Ah, pensamos que no te vendrían mal algunos artefactos. Esta semana te los vamos a traer. La abuela se había comprado televisión en color, licuadora, nevera, aspiradora y lavadora ultra modernos, ¿qué te parece?
Lilibeth lo escuchaba como atontada. Y como atontada recibió -el sábado siguiente- los cinco aparatos domésticos que habían pertenecido a la viuda de R., que en paz descanse. Su herencia visible y tangible. (La otra Lili acababa de recibirla también, aunque... ¿cómo podía darse cuenta?... ¿Quién hubiera sido capaz de darse cuenta?)

Más de dos meses transcurrieron en los almanaques hasta que la jovencita se decidió a usar esos artefactos que se promocionaban en múltiples propagandas, tan novedosos y sofisticados eran. Un día, superó la desagradable impresión que le causaban al recordarle a la desalmada abuela y -finalmente- empezó con la licuadora.
Aquella mañana, tanto Lilibeth como su gato se hartaron de bananas con leche.
A partir de entonces comenzó a usar -también- la aspiradora... enchufó la lujosa nevera con congelador... hizo instalar el televisor con control remoto y puso en marcha la enorma lavadora. Este aparato era verdaderamente enorme: la chica tuvo que acumular varios kilos de ropa sucia para poder utilizarlo. ¿Para qué habría comprado la abuela semejante armatoste, solitaria como habitaba su casa?

Continuará...

martes, 8 de febrero de 2011

Historia de miedo: Manos.

Martina, Camila y Oriana eran amigas amiguísimas. No sólo concurrían a la misma escuela sino que -también- se encontraban fuera de los horarios de las clases. Unas veces, para preparar tareas escolares y otras, simplemente para estar juntas.
De otoño a primavera, las tres solían pasar algunos dines de semana en la casa de campo que la familia de Martina tenía en las afueras de la ciudad.
Aquel sábado de pleno invierno -por ejemplo- lo habían disfrutado por completo. Y la alegría de las tres nenas se prolongaba -aún- durante la cena en el comedor de la casa de campo, porque la abuela Odila les reservaba una sorpresa: antes de ir les iba a enseñar unos pasos de baile, al compás de viejos discos que había traído especialmente para esa ocasión.
Adorable la abuela de Martina. Había sido una excelente bailarina de tap (zapateo americano).
Las chicas lo sabían y por eso le habían insistido para que bailara con ellas.
-¿Por qué no lo dejan para mañana a la tardecita, eh? Ya es hora de ir a descansar. Además, la abuela no paró ni un minuto en todo el día. Debe de estar agotada.
La mamá de Martina trató -en vano- de convencerlas para que se fueran a dormir. A las cuatro y no sólo las niñas, porque la abuela tampoco estaba dispuesta a concluir aquella jornada sin la anunciada sesión de baile. Así fue como -al rato y mientras los padres, los perros y la gata se ubicaban en la sala de estar a manera de público- la abuela y las tres nenas se preparaban para la función.

Afuera el viento parecía querer sumarse con su propia melodía: silbaba con intensidad entre los árboles.
Arriba -bien arriba- el cielo, con las estrellas escondidas tras espesos nubarrones.
La improvisada clase de baile se prolongó cerca de una hora. El tiempo suficiente como para que Mina, Camila y Oriana aprendieran -entre risas- algunos pasos de tap y la abuela se quedara exhausta y muy acalorada. Pronto, todos se retiraron a su cuartos. Alrededor de la casa, la noche, tan negra como el sombrero de copa que había usado para la función.

Las tres nenas ya se habían acostado. Ocupaban el cuarto de huésped, como en casa oportunidad que pasaban en esa casa.
Era un dormitorio amplio, ubicado en el primer piso.
Tenía ventanas que se abrían sobre el parque trasero del edificio y a través de las cuales solían filtrarse el resplandor de la luna (aunque no en noche como aquella, claro, en la que la oscuridad era un enorme poncho cubriéndolo todo). En el cuarto había tres camas de una plaza, colocadas en forma paralela en hilera y separadas por sólidas mesillas.
En la cama de la izquierda, Martina, porque prefería el lugar junto a la puerta. En la cama de la derecha, Camila, porque le gustaba el sitio al lado de la ventana.
En la cama del medio, Oriana, porque era miedosa y decía que así se sentía protegida por sus amigas.
Las chicas acababan de dormirse cuando las despertó -de repente- la voz del padre. Terminaba de vestirse -nuevamente y deprisa- a la par que les decía:
-La abuela se descompuso. Nada grave -creemos-, pero vamos a llevarla al hospital del pueblo para que la revisen, así nos quedamos tranquilos. Enseguida volvemos. Ah, dice mamá que no vayan a levantarse, que traten de dormir hasta que regresemos. Hasta luego.
¿Dormir? ¿Quién podía dormir después de esa mala noticia? Las chicas no -al menos-, preocupadas como se quedaban por la salud de la querida abuela. Y menos pudieron dormir minutos después de que oyeron el ruido del auto del padre, saliendo de la casa, ya que a la angustia de la espera se agregó el miedo por los tremendos ruidos de la tormenta que -finalmente- había decidido desmelenarse sobre la noche.
Truenos y rayos que conmovían el corazón.
Relámpagos, como gigantescas y electrizadas luciérnagas.
El viento, volcándose como pocas veces antes.
-¡Tengo miedo! ¡Tengo miedo! -gritó Oriana, de repente.
Las otras dos también lo tenían pero permanecían calladas tragándose la inquietud.
Martina trató de calmar a su amiguita (y de calmarse, por qué negarlo) encenciendo su velador. Camila hizo lo mismo.
La cama de Oriana fue -entonces- la más iluminada de las tres ya que -al estar en el miedo de las otras- recibía la luz directa de dos veladores.
-No pasa nada. La tormenta empeora la situación, eso es todo -decía Martina, dándose ánimo ella también con sus propios argumentos.
-Enseguida van a volver con la abuela. Segura -opinaba Camila.
Y así -entre las lamentaciones de Oriana y las palabras de consuelo de las amigas más corajudas- transcurrió alrededor de un cuarto de hora en todos los relojes.
Cuando el de la sala -grande y de péndulo- marcó las doce con sus ahuecados talantes, las jovencitas ya habían logrado tranquilizarse bastante, a pesar de que la tormenta amenazaba con tornarse inacabable.
Las luces se apagaron de golpe.
-¡No me hagas bromas pesadas! -chilló Oriana- ¡Enciendan los veladores otra vez, malas! -y asustada, ella misma tanteó sobre las mesitas para encontrar las perillas.
Sólo encontró las manos de sus amigas, haciendo lo propio.
-¡Yo no apagué nada, boba! -protestó Camila.
-¡Se habrá cortado la luz! -supuso Martina.
Y así era no más. Demasiada electricidad haciendo travesuras en el cielo y nada -en la casa-, donde tanto se necesitaba en esos momentos...
Oriana se echó a llorar, desconsolada.
-¡Tengo miedo! ¡Hay que ir a buscar las velas a la cocina! ¡Hay que bajar a buscar fósforos y velas! ¡O una linterna!
-<<¡Hay que!>> <<¡Hay que!>> ¡Que viva la señorita! ¿Y quién baja, eh? ¿Quién? -se enojó Camila-. Yo, ¡ni loca!
-¡Yo tampoco! -agregó Martina-. Esta Oriana se cree que soy la Superniña, pero no. Yo también tengo miedo, ¡qué tanto! Además, mi mamá nos recomendó que no nos levantáramos, ¿recuerdan?
Oriana lloraba con la cabeza oculta debajo de la almohada.
-Buaaaaah... ¿Qué hacemos entonces? ¡Me muero de miedo! Por favor, bajen a buscar velas... Sean buenitas... Buaaaah...
Martina sintió pena por su amiga. Si bien eran de la misma edad, Oriana parecía más chiquita y se comportaba como tal. Se compadeció y actuó -entonces- cual si fuera una hermana mayor.
-Bueno, bueno; no llores más, Ori. Tranquila... Se me ocurrió una idea. Vamos a hacer una cosa para no tener más miedo, ¿sí?
-¿Qqqué...? -balbuceó Oriana.
-¿Qué cosa? -Camila también se mostró interesada, lógico (auqnue seguía sin quejarse, el temor la hacía temblar).
Martina continuó con su explicación:
-Nos tapamos bien -cada una en su cama- y estiramos los brazos, bien estirados hacia fuera, hasta darnos las manos.
Enseguida lo hicieron.
Obviamente, Oriana fue la que se sintió más amparada: al estar en el medio de sus dos amigas y abrir los brazos en cruz, pudo sentir un apretoncito en ambas manos.
-¡Qué suertuda, Ori!, ¿eh? -bromeó Camila.
-Desde tu cama se recibe compañía de los dos lados...
-En cambio nosotras... -completó Martina- sólo con una mano...
Y así -entrelazadas fuertemente de las manos- las tres niñas lograron vencer buena parte de sus miedos.
Al rato, todas dormían.
Afuera, la tormenta empezaba a despedirse.

Gracias a Dios, la abuela ya se siente bien -les contó la madre al amanecer del día siguiente, en cuanto retomaron a la casa con su marido y su suegra y dispararon al primer piso para ver cómo estaban las chicas-. Fue sólo un susto. Como -a su regreso- Las niñas dormían plácidamente, la abuela misma había sido la encargada de despertarlas para avisarles que todo estaba en orden. ¡Qué alegría!
-Así me gusta. ¡Son muy valientes! Las felicito -y la abuela las besó y les prometió servirles el desayuno en la cama, para animarlas un poco, después de la noche de nervios que habían pasado.
-No tan valientes, señora... Al menos, yo no... -susurró Oriana, algo avergonzada por su comportamiento de la víspera-. Fue su nieta la que consiguió que nos calmáramos...
Tras esta confesión de la nena, padres y abuelas quisieron saber qué habían hecho para no asustarse demasiado.
Entonces, las tres amiguitas les contaron.
-Nos tapamos bien, cada una en su cama como ahora...
-Estiramos los brazos así, como ahora...
-Nos dimos las manos con fuerza, así, como ahora...
¡Qué impresión les causó lo que comprobaron en ese instante, María Santísima! Y de la misma no se libraron ni los padres ni la abuela.
Resulta que por más que se esforzaron -estirando los brazos a más no poder- sus manos infantiles no llegaban a rozarse si quiera.
¡Y había que correr las camas laterales unos diez centímetros hacia la del medio para que las chicas pudieran tocarse -apenas- la punta de los dedos!
Sin embargo, las tres habían -realmente- sentido que sus manos les eran estrechadas por otras, no bien llevaron a la acción la propuesta de Martina.
-¿¿¿Las manos de quién??? -exclamaron entonces mientras los adultos trataban de disimular sus propios sentimientos de horror.
-¿¿¿De quiénes??? -corrigió Oriana, con una mueca de espanto.
¡Ella había sido tomada de ambas manos!
Manos.
Cuatro manos más aparte de las seis de las niñas, moviéndose en la oscuridad de aquella noche al encuentro de otras, en busca de aferrarse entre sí.
Manos humanas.
Manos espectrales.
(Acaso -a veces, de tanto en tanto- los fantasmas también tengan miedo... y nos necesiten...)