martes, 8 de marzo de 2011

Historia de miedo II: La del once jota II

A lo largo de algunos días, Lilibeth se fue acostumbrando a manejar todos los electrodomésticos heredados, tal como si hubieran sido suyos desde siempre. El que más le atraía era el televisor de color, claro. Apenas regresaba al apartamento -después de su jornada de trabajo y estudio- lo encendía y miraba programas nocturnos. Habitualmente, se quedaba dormida sin ver los finales. Era entonces el molesto zumbido de las horas sin transmisión el que hacía las veces de despertador a destiempo.  En más de una ocasión, Lili se despertaba antes del amanecer a causa del "schschsch" que emitía el televisor, encendido inútilmente.
Una de esas veces -cerca de la madrugada de un sábado como otros- la jovencita tanteó el cubrecama, medio dormida, tratando de ubicar la cajita del mando a distancia que le permitía apagar la televisión sin tener que levantarse.
Al no encontrarlo, se despabiló a medias. La luz platinosa que proyectaba el aparato más su chirriante sonido terminaron por despertarla totalmente. Entonces la vio y un estremecimiento le recorrió el cuerpo: la imagen del rostro de la abuela le sonreía -sin sus dientes- desde la pantalla. Aparecía y desaparecía en una series de flashes que se apagaron -de pronto- tal como el televisor, sin que Lilibeth hubiera -si quiera- rozado el control remoto. A partir de aquel sábado, el espanto se instaló en el once jota como un huésped favorito.

La pobre chica no se animaba a contarle a nadie lo que le estaba ocurriendo.
-¿Me estaré volviendo loca? -se preguntaba, aterrorizada. Le costaba convencerse de que todos y cada uno de los sucesos que le tocaba padecer estaba formando parte de su realidad cotidiana.
Para aliviar un poquito su callado pánico, Lilibeth decidió anotar en un cuaderno esos hechos que solamente ella conocía, tal como se habían desarrollado desde un principio.
Y anotó, entonces, entre muchas otras cosas que...
"La aspiradora no obedece; es inútil que intente guiarla sobre los pisos en la dirección que deseo... (...) El aparato pone en acción "sus propios planes", moviéndose hacia donde se le antoja... (...) Antes de ayer, la licuadora se puso en marcha "por su cuenta", mientras que yo colocaba en el vaso unos trozos de zanahoria. Resultado: dos dedos heridos. (...) La nevera me depara horrendas sorpresas. (...) Encuentro largos pelos canosos enrrollados en los alimentos, aunque lo peor fue abrir la congeladora y hallar una dentadura postiza. La arrojé a la basura... (...) La desdentadaimagen de la abuela continua apareciendo y desapareciendo -de pronto- en la pantalla del televisor durante los programas nocturnos... (...) Mi gato Zambri parece percibir todo (...) se desplaza por el apartamento casi siempre erizado (...). Fija su mirada redondita aquí y allá, como si lograra ver algo que yo no. (...) El único artefacto que funciona normalmente es la lavadora... (...) Voy a deshacerme de todos los demás malditos aparatos, venderlos, a regalarlos mañana mismo... (...) Durante esta siesta dominguera, mientras me dispongo a lavar una montaña de ropa..."
(AQUÍ CONCLUYEN LAS ANOTACIONES DE LILIBETH. ABRUPTAMENTE, Y UN TRAZO DE BOLÍGRAFO AZUL SALE COMO UNA SERPENTINA DESDE EL FINAL DE ESA "A" HASTA LLEGAR AL EXTREMO INFERIOR DE LA HOJA.)

Tras un día y medio sin noticias de Lili, los hermanos se preocuparon mucho y se dirigieron a su apartamento.
Era el mediodía del martes siguiente a esa "siesta dominguera".
Apenas arribados, Luis y Leandro se sobresaltaron: algunas vecinas cuchicheaban en el descansillo de la escalera, otra golpeaba a la puerta del once "J", mientras que el portero pasaba la mopa una y otra vez.
-No sabemos qué está pasando adentro. La señorita no atiende al teléfono, no responde al timbre ni a los gritos de llamada... Desde ayer que...
Agua jabonosa seguía fluyendo por debajo de la puerta hacia el corredor general, como un río casero.
Dieron parte a la policía. Forzaron la puerta, que estaba bien cerrada desde adentro. Luis y Leandro llamaron a Lili con desesperación. La buscaron con desesperación. Y -con desesperación- comprobaron que la muchacha no estaba allí.
El televisor en funcionamiento -pero extrañamente sin transmisión a pesar de la hora- enervaba con su zumbido.
En la cocina "la montaña" de ropa sucia junto a la lavadora en marcha y con la tapa levantada.
Medio enroscado a la paleta del tambor giratorio y medio colgando hacia fuera, un camisón de Lilibeth; única prenda que encontraron allí, además de una pantufla casi deshecha en el fondo del tambor.
El agua jabonosa seguía derramándose y empapando los pisos.

Más tarde, Luis ubicó a Zambri detrás de un cajón de soda y semi-oculto por una pila de diarios viejos. El animal estaba como petrificado y con la mirada fija en un invisible punto de horror del que nadie logró despegarlo todavía. (Se lo llevó Leandro.)
El gato, único testigo.
Pero los gatos no hablan. Y a la policía las anotaciones del cuaderno de Lilibeth le parecieron las memorias de una loca que "vaya a saberse cómo se las ingenió para desaparecer sin dejar rastro"... "Una loca suelta más"... "La loca del once J"... Como la apodaron sus vecinos, cuando la revista para la que yo trabajo me envió a hacer esta nota.

No hay comentarios:

Publicar un comentario